¿El consumo es una cosa positiva, que significa bienestar, o
como algunos piensan, calidad de vida? O, por el contrario, ¿es simplemente una
manera de destruir, una manera de contaminar?
El consumo es el uso de bienes y servicios para satisfacer
las necesidades. Desde tiempos antiguos ha existido el comercio, la
compra-venta de objetos, pero no se percibía como consumo. Precisamente, porque
el verbo consumir, significa destruir. Desde el punto de vista económico, surge
la industrialización, el marketing y el estudio del mercado. En España, en los
años 50, surgió la sociedad de clases medias y la ideología de esa sociedad. Un
ejemplo fue la adquisición del coche. ¿El coche era una necesidad vital? En
algunos casos, puede. En otros solo era símbolo de que podías permitírtelo y de
que habías “ascendido” en la pirámide de clases sociales y pertenecías a la
clase social media.
¿Cuántas cosas, de las que tenemos ahora mismo, son
necesarias para cubrir tus necesidades vitales? Sinceramente pienso que cuanto
más tenemos, más queremos, y no porque lo necesitemos. En los últimos años no
nos conformamos con nada, siempre queremos más. Nos dejamos engañar con que
necesitamos, o creemos necesitar, por ejemplo, un móvil cada año –también porque
las empresas se encargan de que el móvil que probablemente tienes ahora, dentro
de unos meses te empiece a dar problemas, y dentro de 2 años te haya dejado de
funcionar-
¿De verdad necesitamos todo esto? Somos esclavos del
consumo. Antiguamente se consumía para sobrevivir. Actualmente, se consume para
“vivir bien”, para no ser excluido de un grupo quizá. Para eso ha nacido la
publicidad, para hacernos creer que necesitamos, a toda costa, el producto nuevo
que se ha lanzado al mercado. Saben venderlo, saben crearnos una falsa
necesidad de tenerlo en nuestras manos. ¿De verdad lo necesitas? No. Como todo
ser humano, eres capaz de razonar, de discernir si de verdad lo necesitas o si,
por el contrario, es un mero capricho, sean las razones que sean.
El consumo se confunde con tener calidad de vida. Pero,
¿sólo porque tengas más cosas, la mayoría de “marca”, tienes más calidad de
vida que otra persona que no lo tiene? La
calidad de vida está muy lejos de ser mero consumismo, no se reduce a lo que
puedo o no puedo tener. La calidad de vida es el empleo, la familia, tener un
grupo de amigos, la salud, tu casa, tener educación… ¿Te puede dar eso el
mercado? Yo creo que no. Las ganas de consumir y de “dar la talla” nos nubla la
razón, y nos quita de disfrutar de todo lo que tenemos alrededor. Incluso, en
algunos casos, nos puede llegar a entristecer o a frustrar no tener lo que el
vecino tiene. ¡Todo por la sociedad y la publicidad dichosa!
“Tanto tienes, tanto vales” ¿Todo se resume en eso? Me niego
a creerlo.
En la
última entrada de este blog hablaba de la exclusión, que no es otra cosa más que
la violación de la alteridad, la capacidad de ser otro. Existe otra palabra:
Inclusión, que es la responsabilidad total por el otro, por el prójimo.
Los seres humanos somos seres frágiles, como vasijas de
porcelana que hay que cuidar bastante bien. Tenemos el mayor poder, el poder de
las palabras, que puede construir a una persona o –desgraciadamente- destruirla.
Una persona queda destruida, derrotada, cuando rompemos la alteridad. Hay 1001
maneras de destruir a alguien, y está causada por la ignorancia del otro, por
el desconocimiento hacia la otra persona y por la confusión de creer que el
otro es una extensión de nosotros mismos y que podemos manejarle como queramos.
Pero, ¿cómo podemos superar esa ignorancia? ¿Cómo podernos
darnos cuenta de la realidad y de la presencia real del otro? La respuesta es
fácil: mirando. Sí, mirando. Para reconocer las cosas que hay a nuestro
alrededor hay que mirar, ¿verdad? También hay que escuchar. Escuchar es una
manera muy importante de ayudar. Es demostrarle a la otra persona que te das
cuenta de que está, y no sólo eso, le demuestras a la persona que te interesa
lo que le pasa y que quieres, de alguna manera, formar parte de ello. Escuchar
y mirar, es acoger al otro. Es una donación, es irreversible. ¡No se puede
mirar a alguien y querer recuperar la mirada!
Una mirada, además, dice mucho. Dicen que los ojos son el
espejo del alma. Cuando miras, te haces vulnerable. Por definición,
vulnerabilidad es que puedes resultar herido -física o moralmente- de una forma
muy fácil. Con una mirada, si te dejas mirar de verdad, las barreras internas
que puedas tener se derrumban, inevitablemente. El otro te ve cómo eres
realmente, sin máscaras, y puede que te sientas vulnerable, pero el ser mirada,
ser vista por alguien más es muy gratificante.
Pero no siempre es así. Todos tenemos heridas –no sólo
físicas- sino internas, que pueden ser descubiertas con una simple mirada. Y
puede ser que a la otra persona no le guste esa herida, que se fije más en esa
herida que en lo que eres de verdad. Puede afear tu imagen.
Hacían alusión a la película “Cadena de favores” -una de mis
pelis favoritas, he de añadir- en la que el profesor había sufrido un accidente
en el que había quedado dañada parte de su herida. Todos miraban esa herida,
menos un niño, que dejó de mirar la herida para empezar a ver el rostro.
No somos nuestras heridas. Las heridas curan, dejan cicatrices, para
recordarnos aquello que nos pasó y que nos hace crecer. Hablando de las
máscaras, no debemos ocultar las heridas. Tarde o temprano esa máscara se
convertirá en la segunda piel, y por miedo a que vean lo que hay debajo de
ella, no podremos quitarla. Como aquel caballero que se enfundó en la armadura,
queriendo agradar a su mujer y a su hijo, queriendo ser el mejor del mundo, y
en su interior no era nada de eso, y cuando quiso quitársela no podía. (El
caballero de la armadura oxidada, lectura muy recomendada)
Volviendo a las miradas, en las miradas se descubren cosas
que no conocíamos. En las miradas acogemos al otro y nos hacemos vulnerables,
permitiendo al otro que entre en nuestro ser y nos acoja también. Esa
vulnerabilidad es la condición de amar al otro. Y, para mí, es una condición
muy bonita.
Seamos, pues, vulnerables para poder acoger al otro, para
poder amarle y para que el otro pueda acogernos y amarnos también.
Desigualdad, pobreza y exclusión social son términos que nos
resultan familiares, pero, ¿sabemos realmente que es? La desigualdad,
obviamente, es una diferencia. Una diferencia injusta, que en nuestros días y
desde hace tiempo, se basa en “Tú eres pobre para que yo pueda ser más rico”.
Esto pasa porque existe una asociación de los commons, los bienes comunes. Un
claro ejemplo es el denominado “impuesto al sol”, un peaje que tendrán que
pagar aquellos individuos que posean placas solares para generar energía y así
poder ahorrar un poco en las facturas de la luz. Otro ejemplo son los parkings
de las terminales de los aeropuertos, los parkings “Premium”, que pagas más si
estacionas más cerca de la puerta de la terminal. Como dijo el profesor,
Fernando Vidal, es un robo. Y nosotros nos dejamos robar, porque no
protestamos.
Karl Marx hablaba también de plusvalía, el beneficio que
obtiene el capitalista con la venta de mercancías producidas por el trabajador.
La tendencia es que los sueldos de los trabajadores disminuyan, y en cambio,
los salarios de los ricos sigan aumentando. A pesar de que sufrimos una crisis
económica desde 2008, desde el 2009 no ha dejado de crecer la compra de
artículos de lujo. ¿Existe la desigualdad justa? Esa desigualdad es aquella que
hace más iguales a todos. Pero hemos “elegido” la diferencia de uno hacerse
rico a raíz de hacer al otro más pobre.
Pobreza: Escasez
o carencia de algo para vivir. Se habla de dos tipos de pobreza: pobreza relativa,
la cual define la pobreza como la condición de estar por debajo de un umbral
establecido para la pobreza. Es la falta de recursos de algunas personas que el
resto de la sociedad da por hecho, como por ejemplo la sanidad, la educación,
el poder irse de vacaciones… Es una cesta básica. En cambio, la pobreza severa
es, según la ONU, "una condición caracterizada por la privación severa
de las necesidades básicas humanas, tales como alimento, agua potable,
facilidades sanitarias, salud, refugio, educación e información. Esta depende
no solo del ingreso sino también del acceso a los servicios”.
Pero la desigualdad
no se basa solo en la economía, por eso utilizamos el término “exclusión social”.
Existe exclusión social por sexo, por género… Un ejemplo de exclusión social
por género es el caso de que las mujeres, por el simple hecho de ser mujeres,
cobramos un 25% menos que un hombre. ¿Por qué? La razón es muy curiosa: Porque
estamos preocupadas por cosas que no pertenecen únicamente al trabajo, como por
ejemplo la enfermedad de algún familiar, las bajas por maternidad… Eso es lo
que nos hace estar distraídas. ¡Pero qué sandez! ¡Como si los hombres no
tuvieran preocupaciones o se distrajeran en su horario laboral! Eso sí,
contratan más mujeres porque sale más barato. Así es el capitalismo, avaricioso.
En España, un 14%
viven en pobreza severa, un 24% viven en pobreza relativa, y al menos un 52%
poseen un factor de exclusión. Uno de estos factores de exclusión más duro es
el de las personas sin hogar. En Madrid hay 15 millones de euros destinados a
las personas sin hogar. 5 millones de euros se gastan en las furgonetas que van
dando vueltas por las calles de nuestra ciudad, y 2.5 millones se utilizan para
mantener los centros abiertos. En total, se gastan 7.5 millones de euros
únicamente para emergencias.
En Madrid podemos
tener alrededor de 600 personas que viven en las calles, 12.500 euros al año
son para emergencias. Lo mismo que cuesta una vivienda unipersonal incluyendo
los gastos pagados de comida y con una visita a la semana de un voluntario.
Quiero hablar de
este magnífico proyecto que ayer nos presentó Fernando Vidal, presidente de
RAIS fundación. RAIS fundación es una entidad de iniciativa social, no
lucrativa, creada en 1998 que trabaja en varias comunidades autónomas del país.
El principal objetivo de esta fundación es luchar contra la exclusión social y
ayudar a las personas más desfavorecidas, especialmente las personas sin hogar.
En los albergues la
movilidad de personas sin hogar es forzada, ya que solo puedes permanecer en
ellos unos días. Debes llegar a las 18.00 para marcharte a la mañana siguiente
a las 7.00, hacer una larga fila para esperar a entrar a los comedores sociales
o para acceder a los roperos. Pero, ¿hay alguna alternativa?
Housing First,
primero la vivienda, es un proyecto creado por el psicólogo Sam
Tsemberis. Su idea principal es que la vivienda es lo primero que debemos facilitar
a las personas sin hogar, incluyendo la ayuda necesaria para que puedan
permanecer en ella. En RAIS fundación se llama Hábitat, y está basado en la
idea de Sam Tsemberis. ¿Por qué este proyecto? ¿No pueden hacerse cargo los
familiares?
La mayor parte de las personas que se encuentran en la calle
están ahí por motivos familiares. Estas personas sufren el denominado “síndrome
de la ostra”. Las personas sin hogar se esconden. Lo primero que sientes cuando
sales a la calle a pedir es una tremenda vergüenza, pensando que la gente te va
a mirar extrañado. Hasta que te das cuenta de que la gente, directamente no te
mira, va mirando al suelo, te hace invisible.
No podía evitar acordarme de una
mujer que se sienta a pedir en la puerta de mi parroquia. No mira al frente, no
mira hacia arriba, sólo unas pocas veces la he visto mirar a las personas que
pasan por delante de ella, y ellos parece que no se dan cuenta de su presencia.
Quizá yo fuera una de ellas, hasta que yendo con una amiga vi que siempre la
saludaba. Aunque no la diera nada de dinero, siempre la saluda con una sonrisa.
Y decidí hacer lo mismo, porque que no puedas darle dinero no significa que la
tengas que ignorar. Solo con una sonrisa y con un saludo, yo siento que esa
mujer se alegra. En alguna ocasión, hemos hecho una actividad que llamamos “Operación
bocata”, que consiste en hacer bocadillos y con un grupo de jóvenes –y a veces
niños y personas un poco más mayores- ir por las calles de mi barrio, dárselo a
las personas sin hogar que encontramos, hablamos con ellas y las invitamos a
rezar a la parroquia y, si podemos, invitarles a un chocolate caliente.
Volviendo a hablar de este proyecto, el actor Richard Gere –sí,
aquel actor de películas como Oficial y caballero o Pretty Woman que ha estado
en España haciendo una visita sorpresa a su novia española, como recogen la
mayoría de las revistas del corazón de nuestro país- ha colaborado en este
proyecto. Estuvo durante 2 meses haciéndose pasar por una persona sin hogar en
NYC, y durante 2 meses nadie se le acercó. Hasta que un día, mientras rebuscaba
en la basura –claramente había en un cubo comida que había colocado la
directora del corto-documental- una señora se le acercó y le entregó una bolsa.
Una turista francesa. ¡Ni siquiera era neoyorquina! ¿Qué nos está pasando?
En el proyecto Hábitat, al facilitar la vivienda a una
persona sin hogar, la autoestima del individuo va cambiando. Por ejemplo: Si
una persona tiene un problema con el alcohol, al tener vecinos ahora es capaz
de dejar de beber. Solo por el hecho de tener un techo en el que refugiarse, un
hogar al que ir, se ve capacitado a dar un paso más. Sus expectativas hacia la
vida cambian. La mayoría tienen renta mínima, tarjeta de la seguridad social,
tienen algo para hacer, algo para sentirse útil. El único requisito que piden
es que respeten al vecindario, aporten el 30% de lo que tengan para la
vivienda, ya que es una manera de responsabilizarse, y que acepten una visita
semanal, aparte de una evaluación cada 6 meses. Un 15% de las personas que están en este
proyecto retoman la relación con sus padres y familiares. Un 35% mejoran dicha
relación.
“Pero
este proyecto es más caro que mantener un albergue, seguro”
¡Pues no! Aunque parezca un anuncio de publicidad de la teletienda, no lo es.
En Housing First, cuesta solo 27€ al día, frente a los 35€ diarios que gastas
en albergues. Pero no es solo el dinero, es la calidad de vida que se ofrece a
la persona.
Sinceramente, ayer mientras veía el vídeo y leía un poco más
sobre Hábitat, creo que es un proyecto que debemos apoyar y debemos dar a
conocer a los demás. Necesitamos ayudar a aquellos que han perdido casas,
trabajos y relaciones familiares y ahora se encuentran en la calle,
desamparados y sin ningún lugar seguro donde acudir.
No les ignoremos más. ¿Hablamos de cambio?
Empecemos por ser mejores personas.
“Lo
que hicisteis a estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis”. Mt 25,
40.